DÍALOGO ENTRE EL CORAZÓN DE JESÚS Y EL ALMA DEVOTA
DIÁLOGO
ENTRE EL CORAZÓN DE JESUS Y EL ALMA DEVOTA
-Jesucristo:
Ábreme tu corazón, hija mía, esposa mía amada.
-El alma:
¿Es a mí a quién os dignáis dirigir estas palabras, oh Dios mío? No soy más que
un abismo de miserias, y os dignáis llamarme esposa vuestra amada: yo no me
atrevía a levantar los ojos a vuestro Corazón tan puro y tan santo, y en cuanto
me presento a Vos me prodigáis los más insignes favores. Soy bastante feliz para
atraer sobre mí vuestras miradas. ¡Qué gloria y qué dicha, oh Dios mío! ¿Es
posible que no desechéis a una criatura tan culpable como yo? ¡Ah! puesto que
os dignáis sufrirme en vuestra presencia, puesto que hasta me mandáis que os
ofrezca mi Corazón, obedezco: mi corazón está abierto para Vos. Lejos de mí,
vanas criaturas; dejadme conversar con mi Dios y beber en su Corazón el
verdadero amor.
-Jesucristo:
Heriste mi Corazón, hija mía querida; heriste mi Corazón.
-El alma:
¿Cómo puede ser, oh mi Dios, que vuestro amor os haya hecho tomar un corazón
semejante al mío? Lo comprendo. Vos habéis tomado ese Corazón para sentir todas
mis miserias; habéis permitido que fuese atravesado en la cruz delante de todo
el mundo a fin de que nadie ignorase el exceso de vuestra ternura. Hasta en el
cielo ostentáis aquella gloriosa llaga: jamás se cerrará la cicatriz de vuestro
Corazón; ella será siempre la señal triunfante de vuestro amor. ¡Oh divino
Corazón! herid el mío; haced en él una llaga tan profunda que se abra todo a
Vos: heridle con el mismo hierro que atravesó el vuestro, a fin de que manen de
él las aguas de una sincera penitencia. Mas ¡ay! esta criminal os ha abierto
una infinidad de llagas dolorosas por su ingratitud y su infidelidad. Yo he
herido vuestro Corazón con mi dureza, y lo he atravesado abriendo el mío al
criminal afecto de las criaturas. ¡Oh Esposo celestial! arrancad de mi corazón
esta vergonzosa flecha, y atravesadlo con la de vuestro amor.
-Jesucristo:
No partas ya más tu corazón con otros objetos; dámelo todo entero; yo lo
quiero.
-El alma:
¿Hasta dónde os humilláis, oh Señor? ¡Cómo! ¿no os desdeñáis de pedir el
corazón de la que no se ha avergonzado de rehusároslo a Vos para dárselo al
pecado? ¡Cuánta ternura por vuestra parte! Mas, ¿qué es, oh Dios mío, en la
actualidad ese corazón que me pedís? ¡Ay de mí! estando como •está lleno de manchas,
¿cómo podréis sufrirlo Vos que sois la santidad misma? ¡Ah! Dios mío, ¡cuántos
desórdenes siento en este corazón miserable! ¡cuánto amor propio, cuánto apego a
mi voluntad! ¡qué inclinaciones hacia la tierra, qué disgusto por las cosas del
cielo, qué de tibieza en vuestro servicio, qué de delicadeza para este cuerpo
que debe perecer] Mas ya, Señor, que os dignáis pedírmelo, yo os lo ofrezco, oh
Jesús, único objeto de mi ternura. Recibidme, pues, en vuestro Corazón sagrado
para que sea toda vuestra. Echadme en ese horno ardiente, para ser
completamente consumida en vuestro amor. Hacedme comprender cuánto debo amaros;
concededme la dicha de gozar siempre de vuestra presencia, pues no deseo más
que a Vos. ¡Oh amor de mi Salvador! Vos sois esa agua viva de que tengo sed; mi
corazón vuela hacia Vos con un ardor que hace su tormento. Abridme vuestro
amable Corazón: aquí tenéis el mío: os lo ofrezco por toda la eternidad: dadme
en cambio, oh buen Jesús, el vuestro.
-Jesucristo:
Sí, hija mía, yo te doy mi Corazón; estúdialo y copia fielmente sus virtudes.
-El alma:
Oh alma mía, recibe ese Corazón, abrasado en amor, y esfuérzate en parecerte a
él Mira atentamente a tu divino Modelo; contémplalo elevado sobre la montaña y
clavado en la cruz; penetra en el Corazón: ha sido abierto por una lanza a fin
de que puedas entrar en él: imita su amor, su mansedumbre, su humildad, su
caridad. Baja en seguida los ojos al suelo del Calvario, y lo verás regado con
su sangre, y a la vista de esa sangre derramada comprende por fin que el amor
se manifiesta más por las acciones que por los sentimientos. Vos queréis, oh
Salvador mío, que imite vuestras virtudes, y esto es lo que deseo
ardientemente; mas haced que haga lo que me mandáis. Oh Jesús, vuestro Corazón
es puro; séalo igualmente el mío: vuestro Corazón es humilde; sea humilde el mío:
vuestro Corazón es paciente; que el mío lo sea también: vuestro Corazón es
dócil; haced que el mío lo sea: vuestro Corazón es todo amor; que se abrase el
mío en amor vuestro, y que sea todo para Vos. ¡Ay que no siempre os ha estado
consagrado! Desde este momento es todo vuestro, oh Dios mío, y espero que será
para siempre.
-Jesucristo:
El amor es fuerte como la muerte: sus lámparas son lámparas de fuego que las
aguas más abundantes no bastan á apagar.
-El alma:
Vuestro amor por mí, oh Salvador mío, ha sido mucho más poderoso que el
infierno, puesto que me ha librado de él, y que ha despedazado sus puertas para
abrirme las del cielo. Ha sido mucho más fuerte que la muerte, puesto que la
habéis desarmado para darme la vida. ¡Oh fuerza admirable del amor! a pesar de
ser Vos invencible, oh mi Dios, os desarma, detiene vuestro brazo levantado
sobre los pecadores, los sustrae a vuestra divina justicia para entregarlos a
vuestra infinita misericordia. Lo reconozco ahora; si vuestra grandeza se dignó
humillarse hasta querer unirse a nuestra naturaleza, fué por nuestro amor; y
por la fuerza de este mismo amor puede la criatura subir hasta Vos, y tiene el
privilegio de poder entrar en vuestro Corazón. ¡He aquí, alma mía, cómo nos ha
amado Jesús! Las humillaciones, los sufrimientos, las espinas, los clavos, la
cruz, el derramamiento de toda su sangre, he aquí las pruebas de su amor. Las
llamas de ese amor son tan ardientes, que no bastarían a apagarlas todas las
aguas de nuestras iniquidades. ¿Más dónde están, oh alma mía, las señales de tu
amor a Jesús? ¿Qué has hecho por él? ¿Dónde están las victorias que has
alcanzado sobre tus malas inclinaciones? ¿Dónde los trabajos que has
emprendido, los sufrimientos que has sobrellevado para su gloria? ¡Ay, Dios
mío! cuan débil es mi celo y cuán lánguido mi amor! nuestros intereses se
hallan más que nunca abandonados, y aumenta de día en día el número de vuestros
enemigos. ¿Heme levantado para defender vuestra causa?
-Jesucristo:
¿Existe, hija mía un dolor semejante al mío? He alimentado á mis hijos y se han
levantado contra mí: les he llevado en mi corazón, y lo han despedazado,
ultrajado, abandonado: heme cercado los dolores de la muerte, y se han
desencadenado contra mí los furores del infierno.
-El alma:
¡Ah Señor! ¿puedo pensar en ello sin morir de dolor? Inteligencias celestiales,
ángeles de paz llorad amargamente los oprobios de que es víctima nuestro Dios,
llorad nuestra ingratitud para con un, Corazón que nos ha amado tanto. Vos
vinisteis a este mundo, oh divino Jesús, para buscar a los hombres y salvarlos:
los ingratos huyen de Vos y os abandonan. Vos los colmáis de beneficios r y no
sólo abusan de ellos, sino que los emplean contra Vos y contra ellos mismos.
Vos estáis siempre en medio de ellos, y parece como que ignoran vuestra
presencia o que la reconocen tan solo para ofenderos. Vos les abrís vuestro
Corazón, y ellos no entran en él sino para atravesarlo con mil dardos cada vez
más crueles. ¡Ay, amable Salvador mío! ¿acaso no soy yo misma culpable de todos
esos crímenes? [Ah! ¿cuántas heridas no he hecho a vuestro Corazón yo, vuestra
hija? .¡Qué ingratitud, qué perfidia, oh Salvador mío! ¿Cómo dejáis impunes
tantos crímenes? ¿Cómo vuestro Corazón ultrajado no se cierra para
desconocernos y rechazarnos? ¿Cómo no se arma vuestro brazo vengador contra los
culpables, para exterminarlos y perderlos? ¡Ah! ¿era necesario que bajaseis a
la tierra para ser en ella tan indignamente tratado? Dios ultrajado, volveos al
cielo: allí recibiréis las adoraciones de los Ángeles y de los Santos. Mas no,
Señor; permaneced siempre en medio de nosotros. ¡Ah! ¿qué sería de nosotros si abandonaseis
la tierra? Vuestro Eterno Padre no tardaría en derramar sobre nosotros la copa
de sus enojos; y ¿cómo escapar entonces a los golpes de su justicia? Corazón de
Jesús, vengaos como conviene hacerlo al Dios de las misericordias: convertidnos,
perdonadnos.
-Jesucristo:
Me he obligado a permanecer entre vosotros hasta la consumación de los siglos;
pero en medio del dolor que me aflige ¿no tengo derecho a esperar que venga
alguno a compadecerme siquiera en mis sufrimientos? Y sin embargo nadie se
presenta.
-El alma:
No, amable Salvador mío, Vos no seréis por más tiempo olvidado: yo me haré un
deber de imitaros y adoraros. ¡Oh Corazón de Jesús! siempre encendido de amor
por nosotros, siempre dispuesto a la misericordia, perdonadme el olvido de que
me he hecho culpable para con Vos; perdonadme mi poco celo en hacer que seáis
conocido y amado; perdonadme sobre todo los dolores que os he causado con mis
irreverencias en el lugar santo, con mis Comuniones tibias y sin preparación,
con el abuso que he hecho de vuestras gracias y de vuestra preciosa sangre: sea
mi corazón anonadado si debe ser aún insensible para Vos. Corazón de Jesús, yo
os consagro el resto de mis días. Quisiera que todas las criaturas tuviesen
corazones de Serafines para amaros; que todas las bocas resonasen en vuestras
alabanzas; que los espíritus todos no se ocupasen más que en vuestras
grandezas. Yo me asocio a todos los homenajes que recibís de los Ángeles, de
los Santos y de los justos que viven sobre la tierra. Quisiera que todos los
que os aman y os adoran se multiplicasen al infinito. Yo sacrificaría todo
cuanto poseo, y hasta mi vida, si preciso fuese, para impedir una sola ofensa
contra Vos.
-Jesucristo:
Acepto tus deseos, hija mía; pide a mi Padre en mi nombre todo cuanto quieras y
te será concedido.
El alma:
¡Oh Jesús, única esperanza mía! haced que sea fiel a la devoción a vuestro
Corazón adorable. Manifestad vuestra misericordia haciendo que mi alma redima,
por el ardor de su amor, el tiempo que pasó en la tibieza en vuestro servicio.
Quiero reparar con continuos homenajes la ingratitud de los hombres para con
Vos, y daros nuevas pruebas de amor a cada instante. ¡El amor que me tenéis
hace que vuestro Corazón esté siempre abierto para mí, a fin de que habite en
él para siempre, que el amor me introduzca en él, que el amor fije en él para
siempre mi morada, y que en él reciba el amor mi último suspiro! Puesto que mi
Dios no me rechaza de su presencia continuaré hablando, aunque no sea más que
ceniza y polvo. Dios de mi corazón, prestad oídos á mi voz: amad a los que no
os aman; abrid vuestro Corazón a los que no llaman a vuestra puerta, y sanad a
los que, en vez de pediros la salud, se complacen en enconar sus llagas. ¿Nos
decís, Señor, que vinisteis al mundo a buscar a los pecadores? esos son, oh
divino Jesús, los verdaderos pecadores. ¡Ah! No consideréis nuestra ingratitud,
nuestra ceguedad: tomad únicamente en cuenta la sangre que habéis derramado por
nuestra salud. Haced brillar vuestra clemencia; miradnos como la obra de
vuestras manos; salvadnos por vuestra misericordia: grandes son nuestros males.
Levantaos,
pues, oh Señor; considerad los progresos que hacen todos los días vuestros enemigos,
y detenedlos, ¡oh mi Jesús! Puesto que ellos no quieren venir a Vos, id Vos
mismo a ellos: os lo pido por vuestras sagradas llagas y por vuestra preciosa
sangre. ¡Oh mi Salvador! haced que tengan fin los pecados que cometen los hijos
de Adán.
Que
vuestros gritos sean tan poderosos que vuelvan la vida a tantos y tantos pecadores
endurecidos. Sacadles del abismo profundo en que han caído. Lázaro no os pidió
que le resucitaseis, é hicisteis este milagro en favor de una pecadora: poned,
Señor, vuestros ojos en vuestra hija; oíd mi oración: os lo suplico por las lágrimas
que derramasteis sobre Lázaro: acordaos que corrió vuestro llanto por todos los
pecadores que duermen en el pecado: os lo pido por vuestra preciosa sangre.
¡Ah! puesto que perdonasteis a los que la derramaron, perdonadnos también a
nosotros, Salvador del mundo.
Haced,
oh Jesús, que triunfe vuestra Iglesia de todos sus enemigos; aumentad el número
de sus hijos; dadle la paz, y haced que bendiga para siempre vuestro santo
nombre y adore vuestro Corazón divino.
Amoroso
Redentor, tened también misericordia de las almas del purgatorio; dejaos
ablandar por sus sufrimientos. Ellas son precio de vuestra sangre; abridles
vuestro Corazón, escuchad sus gemidos, y concededles con el perdón de sus penas
la dicha de glorificaros en el cielo. Acordaos en particular de las que en la
tierra fueron devotas de vuestro divino Corazón y celosas por la gloria de
María: no permitáis que estén privadas por más tiempo de vuestra presencia:
¡son tan gratas a vuestro Corazón! Por este Corazón lleno de clemencia os
suplico, pues, que les pongáis en posesión de la felicidad eterna.
Perdonadme,
oh Dios mío, las faltas que he cometido al pie de vuestros altares. ¡Ay! ¿no
podríais echarme en cara, como lo hicisteis con vuestros discípulos en el
huerto de Getsemaní, el no haber podido velar con Vos ni una hora sola? ¿Será
posible que este tiempo pasad en vuestra presencia se me haya podido hacer muy
largo? ¿No debería por el contrario hallar mis delicias en estar siempre con
Vos? ¡Oh Jesús! ¿Por qué está tan frío mi corazón cuando os ruego? ¿Por qué mi
espíritu se distrae tan fácilmente? Perdón, Señor, yo no quiero vivir sino para
Vos. Sí, toda mi vida ser a un a adoración perpetua de vuestro divino Corazón;
no quiero pensar, obrar y hablar más que para amarle y glorificarle. Así sea.
-Alabado,
bendito y adorado sea para siempre el Corazón de Jesús en el Santísimo
Sacramento del altar.
Comentarios
Publicar un comentario