TRIDUO AL CORAZÓN DE JESÚS


TRIDUO AL AMOR PACIENTE Y DOLOROSO DEL SACRATÍSIMO CORAZÓN DE JESÚS

 

Extraído del Libro: “Tesoro de amor encerrado en el Sagrado Corazón de Jesús” compuesto por el P. Francisco Aguilera, S. J.

Con aprobación eclesiástica

Valencia, año de 1904

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

¿Quién es el hombre Dios mío, para que os acordéis de él y coloquéis en él vuestro corazón? Criatura débil, miserable, ingrata, ¿merece una sola mirada de amor? Con todo, le invitáis para que vuelva a Vos, y desprendiéndose de lo terreno, busque los tesoros celestiales; cautivo de los bienes pasajeros del mundo, recobre la libertad de los hijos de Dios; manchada su alma con los placeres y regalos del cuerpo, corra presurosa a vuestro Divino Corazón, centro y manantial de verdadera felicidad. Prevaricadores, clamáis Señor, volved a entrar en mi Corazón; salisteis para vuestra ruina; sólo halla la paz, el que, encerrado en esta fortaleza, procura asemejarse a mí, imitando mis virtudes. Aquí se bs enseñará cuánto habéis de amar, y cuanto habéis de padecer por el Amado. A V os, pues, oh dulcísimo Jesús, me dirijo en este Triduo para poner en ejecución lo que Vos deseáis, conseguir las gracias que os pido, tomando las aflicciones de la vida como prenda de vuestra bondad y de mi salvación. Amén.

 

 

DEPRECACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN

¡Oh divino Dueño de mi alma! Bajasteis del cielo a la tierra, para pagar como hombre, las deudas que los hijos de Adán no podían satisfacer, aplacando la Divina Justicia ofendida. Como fiador cargáis sobre vuestras espaldas todo el peso de nuestras iniquidades. Tomáis la forma de siervo, y aceptáis el amargo cáliz de vuestra Pasión y muerte que el Padre os presenta para dar a todos, la vida de la gracia sin exceptuar a los ingratos y enemigos. ¿Y quién ha obrado este prodigio? ¿Quién ha realizado en el decurso de los ' siglos tan estupenda transformación en los corazones de los hombres? El fecundo manantial de todos los bienes mana de vuestro corazón. T res horas, Señor, permanecéis en la cruz, derramando á torrentes vuestra sangre, y exhalando vuestro último suspiro, salváis al hombre, diciéndonos con entrañas de Padre: por vosotros muero porque os amo. Tres días permanecéis en el sepulcro; al salir de él vivo y glorioso, nos animáis a combatir padeciendo, para acompañaros en la victoria, triunfando de la muerte y del pecado; subís al cielo glorificado, llamándonos a todos para gozar con Vos eternamente. Por desgracia olvida el hombre tan lisonjeras promesas, se entrega a las locuras y vanidades del mundo, y saltando de abismo en abismo, se hunde en su perdición. ¿Qué haréis, dulcísimo Jesús, viendo que perecen tantas almas? Se enternece vuestro paternal Corazón, bajáis del cielo, os presentáis i vuestra sierva Margarita y le descubrís este incendio de amor inextinguible en favor de los hombres, que el caudaloso rio de iniquidades no puede apagar. ¡Que veo, cielo santo! Un Corazón puesto en un trono de fuego, despidiendo llamas, radiante y transparente como el cristal, ceñido de una Corona de espinas, descansando sobre una Cruz y abierto con profunda Herida. Estas tres insignias de vuestra Pasión, nos declaran que el amor infinito que profesáis al hombre fué el origen de todos vuestros dolores y humillaciones, aceptándolos desde vuestra Encarnación, para darnos auténtico testimonio de vuestro cariño. Os miro crucificado, y sólo veo llagas y sangre en vuestro Cuerpo; entro luego en vuestro Corazón, y veo la espada y clavos que producen las llagas y la sangre: es vuestro amor que supera la malicia del hombre. ¿Quién, pues, oh Jesús mío, me separará de vuestra caridad? Nada, nada es capaz de hacerme ingrato; vengan penas, enfermedades, quebrantos y toda clase de privaciones: persíganme los demonios con su rabia, los hombres con sus calumnias, los enemigos con su odio, caigan sobre mí, todos los males de la tierra; protegido por vuestro amor, oh Corazón Divino, a todos clamaré: quiero padecer, quiero morir amándoos, para reinar con V os en la eternidad. Amén.

 

 

DÍA PRIMERO

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS CEÑIDO CON UNA CORONA DE ESPINAS

¡Un Dios infinitamente glorioso, lleno de majestad, adorado de los Ángeles, sentado en el banquillo de los reos en el Pre torio de Pilatos, coronado de espinas por una brutal soldadesca! ¡Qué ignominia, qué afrenta! ¡Ah, Jesús mío! el pecado sembró en la tierra abrojos y espinas para castigo del hombre, y los pecadores han reservado una porción de las más agudas para ceñir vuestra frente, agujerear vuestras sienes, eclipsar con la sangre vuestros ojos, afeando vuestro rostro, que es la alegría de los cielos, pues sois el Cordero de Dios que venís para destruir el pecado. Sois verdadero Rey, aunque el furor de los enemigos os trate como a Rey de burlas, llenándoos de confusión y desprecio. Sois Rey de reyes y Señor de señores por naturaleza desde toda la eternidad, por vuestros méritos desde la Encarnación, por vuestro valor con derecho de conquista, por vuestros triunfos, Rey de la gloria. Ángeles y Potestades, justos de la tierra, arrancad de esta cabeza divina la corona de espinas y oprobio, y rodeadla con esplendente diadema de inocencia, santidad y fortaleza. No es Jesús Rey para subyugar a las naciones con las armas y ponerlas bajo sus pies, como los reyes de la tierra, sino para someterlas a su suave imperio con la eficacia de su dulce palabra y con el influjo de su ejemplo y de sus virtudes. No reináis en vida, Señor, para triunfar después de muerto. Es tiempo de padecer, nos decís, no de reinar; de combatir, no de gozar. ¡Ah, Salvador mío! vuestro Cuerpo se desangra, manando mil fuentes abiertas por las espinas; pero hay otra corona invisible que ciñe vuestro Corazón desde su primer latido, dando señal de vida en el seno purísimo de la Virgen María. Desde entonces este Corazón nos ama y desea padecer por nosotros. Le oprimen las espinas cada día, crecen con la edad sus punzadas; en su interior se fijan la atrocidad de los tormentos, las humillaciones del Pretorio y la horrible escena del Calvario. Clama su Corazón acongojado: «triste está mi alma hasta la muerte. Se levanta, con todo, rebosando energía, se entrega d sus enemigos y los vence con el admirable vigor de su paciencia. Coronaos, secuaces del mundo, con guirnaldas de rosas; divertíos en profanas reuniones; embriagaos en sensuales placeres; ceñid vuestras sienes con flores, perfumes y lazos de locas vanidades; yo viendo a Jesús que me presenta, como a Santa Catalina de Sena, una corona de oro y otra de espinas, elegiré, como ella» la de espinas para asemejarme a mi Señor y ejecutar los deseos de su Corazón. Lucharé sin cesar contra el mundo, demonio y carne, para oír en la muerte de los labios de Jesús: «ven, alma fiel, esposa de Cristo, recibe la corona de gloria que Dios te ha preparado para la eternidad.» Amén.

 

-Aquí se rezarán tres Padre nuestros y tres Aves Marías, en memoria de la Corona de espinas, de la Cruz y de la Lanza que lastimaron al divino y amantísimo Corazón.

 

 

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

¡Ah, Jesús amabilísimo! Violentos fueron los dolores que Vos padecisteis por el hombre en vida y después de muerto. Basta, Señor, el continuo martirio que desde Nazaret al Calvario os impuso vuestro amor para redimir mil mundos de la esclavitud del pecado. En permanente sacrificio estuvo vuestro Corazón, y no contento con esto, os inmoláis en los altares hasta la consumación de los siglos por un exceso de bondad. Pero, ¡Dios mío!, acumuláis beneficios sobre todos nosotros, y pagamos con infidelidades tan excesiva generosidad. Apenas se halla fe vigorosa entre los cristianos, se multiplican cada día los crímenes, quedan desiertos los templos de fervorosos adoradores, se llenan los teatros de secuaces del mundo cautivos de los placeres, la Religión carece de valientes defensores de los derechos de Dios y de la Iglesia, m achos católicos prefieren la vida de comodidad y falsa paz, pretendiendo conciliar la luz con las tinieblas, a Jesús con Belial. Por la mañana respetuosos en el templo, se aúnan por la noche con los adoradores de los ídolos de carne. ¿Cuándo, ch Divino Corazón, cesará tanta prevaricación? ¿Cuándo desaparecerá tan lastimosa confusión entre católicos? Donde hay amor, hay acción é imitación. Queremos, pues, oh Señor, amaros a toda costa y seguiros a Vos que sois el camino, la verdad y la vida. Quedará grabada la ley de Dios en nuestro corazón, su observancia ocupará todos nuestros afectos, y con obras lo daremos a conocer. Oh Corazón Divino, os entregamos el corazón, os consagramos la vida, nuestro mayor contento será morir por vuestro amor. Para cumplir con esta obligación fijaremos los ojos en Vos, amable Redentor, que sois nuestro modelo. Venís al mundo para hacer la voluntad de vuestro Padre, y a pesar de los sacrificios que os impone, no rehusáis las humillaciones de la Pasión; chorrea sangre por vuestros poros en el huerto, con sólo pensar en vuestra muerte, y dirigiéndoos a vuestro Padre le decís: no se haga mi voluntad sino la vuestra.» La voluntad divina será también la regla invariable de nuestra conducta. En todas las edades, en la prosperidad y en la adversidad, pobres o ricos, sanos o enfermos, perseguidos, calumniados, o tranquilos y honrados, en el fuego de las pasiones, o inundados de consuelos, diremos siempre con viva fe: cúmplase en todo lo que V os, Señor, queréis; redunden mis virtudes y méritos a mayor gloria vuestra y salvación de mi alma. Para alcanzar u n preciosos tesoros, a Vos nos dirigimos, oh Inmaculado Corazón de María, viva y perfecta imagen del Corazón de Jesús. Sois Madre de Dios y Madre nuestra. Ha recibido el Señor más gloria de V os que de todos los santos juntos. Digna, pues, sois de sentaros i su derecha y participar de su poder. Sabemos que os apiadáis de nuestras miserias y labráis nuestra felicidad, pagando con vuestro amor y méritos nuestras deudas a la divina justicia. Sea, pues, por Vos, Jesús adorado, Jesús amado, por Vos glorificado. Pase por vuestro Corazón la perfecta oblación y consagración que presentamos al dulcísimo Corazón de Jesús, y será para nosotros prenda segara de la gloria, en la que, con Vos, oh tierna Madre, podamos alabar a Dios por eternidades. Amén.

 

 

DÍA SEGUNDO

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS RECOSTADO EN LA CRUZ

No ignoro, Jesús mío, que vuestro Cuerpo, taladrado por. los clavos con agudos dolores, se sostiene en la Cruz; pero conozco también que antes de este trágico espectáculo del Calvario, ya la Cruz estaba plantada en vuestro Corazón Divino. Es la Cruz árbol de expiación y de pesares, coyas ralees se apoyaban en este centro inagotable de amor y de aflicción. Desde el momento de vuestra mortal existencia os sirvió la Cruz de lecho, y recostado en ella, habéis siempre suspirado por una entera inmolación. Oprimido estaba vuestro Corazón por diferirse el día venturoso de ser bautizado con bautismo de sangre y lavar con ella todos los pecados de los hombres. ¡Oh admirable misterio de la Redención! Por un leño se perdió el hombre en el paraíso, dice San Agustín; por el leño de la Cruz es salvado: la humanidad, decaída y degradada, ha sido esclava del orgullo, sensualidad y rebeldía, siendo restaurada por las humillaciones, dolores y obediencia hasta la muerte de cruz por el Hombre Dios. La Cruz es el altar donde se sacrifica la Victima a Divina, que repara nuestras desdichas; la Cruz es el trono donde se sienta el pacífico Salomón, cuyo solo nombre de Jesús aniquila todo el poder del infierno; la Cruz es la cátedra desde donde nos invita a renunciarnos a nosotros mismos, a tomar cada día la Cruz y seguirle. ¡Ah, Jesús de mi corazón! Protesto que quiero andar por el camino que Vos me señaláis para conducirme a la gloria. Las falaces dulzuras del mundo serán amargaras para mi Corazón, y lo amargo de la Cruz se me convertirá en dulce y sabrosa miel. La naturaleza repugna sufrir, pero la gracia me dará fuerza para mortificarme y vencer. Veo que los Santos no se han contentado, Señor, con participar de la eficacia de los méritos que ganasteis en la Cruz: han querido imitaros viviendo crucificados para el mundo. Si no puedo decir: o padecer, Jesús mío, o morir; no morir, sino padecer por Vos, resuelvo a lo menos tener paciencia en los trabajos, resignación en las adversidades, fortaleza en las afrentas y calumnias, y por fin aceptar, como don vuestro, cuanto padezca mi alma y mi cuerpo hasta la muerte, repitiendo con San Pablo: «Lejos de mi gloriarme sino en la Cruz de Jesucristo.» Sufra mi corazón por amor las penas, ajustándome con el Corazón de Jesús, que por amor se entregó por mí a la muerte afrentosa de Cruz.

 

 

DIA TERCERO

EL DIVINO CORAZÓN HERIDO POR LA LANZA

Y a murió en la Cruz el Redentor del mundo, el más amable entre los hijos de los hombres. Pero no está satisfecha la crueldad y rabia de sus enemigos; después de muerto le insultan, exclama atónito San Juan Crisóstomo, desnudándose de iodo sentimiento de humanidad. Esta ' es, Jesús mío, la obra de los hombres, que tan mal pagan vuestros estupendos sacrificios; pero el amor para con los ingratos no desaparece con la vida, vive, arde y se inflama más al penetrar la lanza de Longinos en vuestro Costado, abriendo de par en par vuestro Corazón. Pudisteis ofrecer en la Cruz los acervos dolores de vuestro Cuerpo mortal, oh divino Amante, que eran de un mérito infinito, por estar unida la Humanidad con la Divinidad. Sufríais cuantas penas puede sufrir el cuerpo, pero se acabó con la muerte. Os quedaba, Señor, aún el deseo de dar pruebas de amor al hombre. Entra en el Corazón de mi Hijo, dijo el Padre Eterno a Santa Catalina de Sena: allí está el secreto; verás que mi Hijo muerto os ama más de lo que Él podía declararos con una pena limitada, cuál era la muerte del cuerpo. Estaba oculta la hoguera inmensa que obligaba a padecer a su Cuerpo crucificado. Ese foco de amor procede del Corazón de Jesús herido por la lanza. Brota sangre y agua; nada le queda, todo nos lo entregó. Esta es la fuente abierta, anunciada por Zacarías, cuyas aguas lavarán los pecados del mundo. De la sangre y agua que mana del divino Corazón nace y se forma la Iglesia, Virgen sin mancilla, y los Sacramentos. Por el agua se regenera el hombre en el santo Bautismo; por el agua de esta mística piscina se purifica el pecador de sus culpas en el sacramento de la Penitencia; de esta sangre y agua bebe el justo santificado en la Eucaristía; esta sangre y agua, de valor infinito, es el manantial fecundo para vigorizar, formar y auxiliar al hombre en los diferentes estados de su vida. Y o te saludo, ¡oh bendita llaga del Costado de mi Jesús! ¡Y o te salado, fuente de amor, tesoro inestimable, descanso de mi alma! Permitidme, Señor, bese vuestro Corazón encerrado en este san­tuario de la Divinidad. Entre yo en Él, sin que nada del mundo me haga salir, como refugio en que hallo coda seguridad apetecible. O h Corazón de Jesús, abierto por la lanza: Tú eres mi vida para permanecer en gracia, mi alcázar para vencer las tentaciones. Perdona, oh Corazón herido, por el amor que me profesas, mis fragilidades y ofensas, con que te haya contristado con mi lengua y con mis obras; limpia mi corazón de todo afecto desordenado y malas pasiones, e imprime tu Corazón como sello sobre el mío, y así conocerán todos que soy totalmente tuyo, rechazando lo que no me conduzca a tu amor. Tratan los inaptos de destruir tu reinado, contra ellos lucharé sin tregua: o vencer padeciendo, o morir amando es y será siempre la bandera de los escogidos. Amén.

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